escritura y emociones
Escribir siempre me ha permitido sentirme conectada con mis sentimientos más profundos, incluso aquellos que desconocía. La empatía me permite comprender mejor a los demás y, a veces, me pierdo en ella.
Tal vez no puedo entender completamente a las personas que me rodean. La única empatía que tengo, en última instancia, es conmigo mismo.
Y si comparto lo que siento, con toda la profundidad que soy capaz de escribir… en algún lugar, puedo estar describiendo el mismo sentimiento que otra persona.
Cuando trato de concentrarme demasiado en cómo se siente otra persona, olvido cómo me siento. Así es como me pongo gris y triste.
¿Y si compartir el universo de mis emociones ayudara a otros a descubrir y comprender las suyas? Poner palabras a lo inefable, a lo no visualizable, a lo no descriptivo, por puramente abstracto, y tan concreto a la vez.
¿Te das cuenta de cuánto tus sentimientos son tu fuerza y tus aliados? ¿Que el mundo que te rodea es solo una representación de tu cerebro?
Hay tantas otras formas de representar nuestra realidad cotidiana, nuestros acontecimientos, nuestras pasiones, nuestras tristezas y nuestros momentos de vacío.
Esto es también lo que la hipnosis me ha permitido lograr. A veces en mis sesiones de hipnosis veía escenas concretas, y otras veces veía escenas totalmente metafóricas. Mi cerebro estaba creando la metáfora en sí, encontrando, me imagino, la mejor manera de comunicarme la información sobre el impacto emocional que un evento podría haber tenido en mí.
La metáfora habla por sí misma, cargando mucho significado en pocas imágenes.
Me gustaría compartir estas metáforas que me llegaron. Estos poemas sobre momentos de la vida, reflejan sentimientos extraños pero distintos. Nuestro vocabulario es demasiado limitado para designarlo todo. ¿Qué son estas cosas que sentimos, y que es difícil de describir?
Para mí, el verdadero malestar vino cuando tuve miedo de escribir lo que sentía. Miedo de enfrentar todos estos pensamientos oscuros en mi cabeza. Entonces, un día fui a ver a un terapeuta y cuando me preguntó qué me pasaba, me costó mucho responder. Le dije que a veces me pongo a llorar por nada, sin controlarme ni saber de dónde viene. Me preguntó en qué estaba pensando cada vez que lloraba, y me quedé estancada, no sabía cómo responder. Cada vez que me pasó, traté de olvidar las emociones, los pensamientos, para encontrar la calma y la estabilidad.
Pero a fuerza de tratar de olvidar mi problema, me había vuelto insensible e incapaz de describirlo.
Mi primer deber era, las próximas veces que me vendrían estas lágrimas, escribir al mismo tiempo, en mi teléfono por ejemplo, los pensamientos que me venían a la mente y que me había acostumbrado a ahuyentar.
Mi primer deber era, en otras palabras, enfrentar lo que estaba sintiendo, ponerlo en palabras. Dejar de huir tratando de demostrarme a mí mismo que era feliz cuando no lo era.
29 de octubre de 2019