puentes
Al amanecer, Flore abrió los ojos al escuchar “mar de nubes”. Sabía que este fenómeno era propio del buen tiempo, y bastante dependiente de la altura que tomaba el barco en esos momentos; y la palabra le hizo recordar su más grato recuerdo del mar nublado; no en aviones, ni en una simple imagen, sino una vez que había subido, con su familia, a la cima de una gran montaña -el nombre se le escapó-, utilizando un teleférico bastante imponente y bastante largo. El espectáculo lo había hecho soñar, porque estaba tan cerca; las nubes eran tan densas que formaban una gruesa alfombra esponjosa.
Era como estar sobre el mundo, sobre la tierra.
Cercano a los creadores ya todos sus hijos celestiales.
—–
Y cuando se va, la olvidamos.
¿Podría haber adivinado que las cosas serían diferentes?
Si el hilo hubiera caído en el momento adecuado, ella lo habría atrapado en el vuelo y habría volado hacia el otro lado.
Pero este último permaneció, a pesar de todos sus sueños, inaccesible.
Desde la distancia, sin embargo, parecía un vasto bosque virgen ya un poco colonizado, repleto de descubrimientos exóticos, tanto animales como plantas. Ya un poco organizado, aunque todavía un poco en desarrollo interior.
Cada vez que pensaba en tomar un puente, un muro se levantaba del otro lado.
Ella no podía soportarlo más.
Y cuantos más puentes pensaba tomar, más se daba cuenta de que estaba descuidando los puentes que subían y bajaban.
El universo era enorme.
Ahora solo tendría que hablar con él desde lejos. Las cartas también eran un medio de comunicación. Rezando para que de vez en cuando las palomas mensajeras tomen el camino equivocado u olviden al remitente.
Había tantas cosas hermosas que hacer, que tomaban tiempo útil.
Buen momento para ella.
Amar a veces tiene que suceder solo en el fondo para poder avanzar.
17 de febrero de 2017